A mis doce años tuve que afrontar uno de esos dilemas que, a la larga, pueden hacerte madurar como persona, pero cuya "digestión" resulta muy pesada: oí una conversación en que unos "amigos" de mi padre hablaban de éste, si no mal, digamos que no muy bien: estaban muy descontentos por algo que mi padre había hecho. Un problema así resulta muy duro para un niño que cree que su padre es "dios", más todavía si los "amigos" le parecen "miembros de la corte celestial". A esa edad, a uno le cuesta mucho aceptar que haya puntos de vista tan discrepantes para un mismo tema .
Mi padre era un hombre "en el buen sentido de la palabra, bueno" y, además, así era considerado oficialmente en el pueblo. Por ello era llamado con frecuencia para actuar como mediador en algunos conflictos entre nuestros paisanos.
Parece, según averigüé más adelante, que mi padre resolvió "en justicia" lo que sus "amigos" entendían que, en aquella ocasión, debía haber resuelto "por amistad".
He recordado aquel episodio pensando en la sensación que tendrán los jóvenes que se interesan por problemas generales al ver cómo un juez que, contra todo pronóstico, ha logrado encausar a un asesino como Pinochet; un juez destacado en la persecución del terrorismo, la corrupción, etc. está siendo acusado por el "delito" de intentar hacer justicia ayudando a los herederos de las víctimas del franquismo a encontrar los cadáveres de sus parientes, todavía diseminados por las cunetas...
A veces resulta difícil explicar el problema a nuestros parientes, amigos, vecinos... sobre todo si reciben diariamente la información de determinadas fuentes bien conocidas por su "objetividad". Ya sé que no existe la objetividad absoluta, pero sí hay medios que la buscan más que otros.
Me parece que el relato de Maruja Torres, en El País de hoy, puede resultar muy interesante al respecto. Para leerlo, pinchad en el siguiente enlace:
Cuánto cuento · ELPAÍS.com